Sobre el cauce del río Fahala, afluente del Guadalhorce, comenzó a levantarse un molino a finales del S. XV.
Miguel, su propietario, pertenece a la quinta generación de una saga familiar que lleva doscientos años en este molino.
Debajo de la casa pasa el caudal. Para mover las piedras de moler se necesitan entre 40 y 45 litros por segundo. En el interior vemos la instalación parada actualmente pero en perfecto estado de funcionamiento.
Las piedras llevan dos clases de marcas, picos para moler y rayones para expulsar la harina.
Subimos a la parte alta a ver la acequia de alimentación y bocas por donde entra el agua a la caída. Desde el tejado, una buena vista.
A la muerte de su padre, hace unos diez años, Miguel y su familia limpiaron y adecentaron el molino para hacerlo visitable. Cada año dedican sus vacaciones en agosto a engrasarlo y mantener la maquinaria para evitar su deterioro.
Hacer funcionar este molino exigiría realizar esa limpieza a fondo cada vez que se parase lo que resulta inviable para esta familia.
Se trata de un molino privado que no cuenta con subvenciones de ningún tipo y que es atendido para su difusión por Miguel en las horas libres que le deja su trabajo los fines de semana.
¿Por qué se llama Molino de los Corchos?
A finales del siglo XIX y principios del XX molían grandes cantidades de corcho con el que fabricaban unas virutillas utilizadas de aislante térmico en el transporte de la uva.
Colocando un a capa de corcho y otra de papel entre cada capa de uva, ésta se conservaba entre 16 y 18 grados, lo que permitía que llegase en perfectas condiciones después de 18 a 22 días de viaje en barco a su destino Estados Unidos o países nórdicos.