Los días 30 y 31 de mayo último y tan bien organizado como de costumbre por nuestro Vocal de Actividades y Vicepresidente Ernesto Fernández Sanmartín, disfrutamos de la ya tradicional excursión a Sierra Nevada. Esta vez y debido a que, por lo temprano de las fechas están cerrados los hoteles de la Urbanización, nos alojamos en el Hotel El Guerra, en pleno Barranco de Las Víboras. Fue un acierto porque, además de un amable servicio y comida de calidad, disfrutamos de las impresionantes vistas del paraje, tanto hacia las cumbres como hacia el valle con Güejar Sierra en el fondo. Para los desplazamientos teníamos siempre dispuesto el mediano autobús contratado al efecto que, por una feliz casualidad, conducía un antiguo alumno de Ernesto, a quien recordaba, deshaciéndose en elogios, como su mejor maestro, cosa que no puede extrañarnos a quienes lo conocemos.
Llegamos con tiempo de visitar el todavía joven Jardín Botánico de la Hoya de Pedraza, donde se encuentra una preciosa e interesante muestra de la vegetación propia de las sierras Nevada y de Filabres, agrupadas en vegetación silícola, vegetación calcícola, vegetación de Ribera y Jardín de Especies Amenazadas. Lo venimos visitando desde que se inauguró y nos parece que se está consolidando y que mejora año tras año. Vale la pena subir solo para visitarlo.
Tras la comida en el hotel, otro clásico: paseo por el Barranco de San Juan. No quedaba demasiada nieve pero sí bajaba bastante agua cristalina por los torrentes e inundaba los pastizales de los borreguiles, cuajados de pingüícola, genciana y “estrella de las nieves”. En los cascajares pudimos ver y fotografiar otros endemismos como las violetas, anthyllis, centaureas, linarias… Se habían anunciado tormentas para esa tarde… ¡y las hubo! Las escuchábamos a lo lejos, temiendo que en cualquier momento se dirigieran hacia nosotros, pero nos respetaron. Luego supimos que habían sido importantes y con abundancia de lluvia y granizo por la zona de Alfacar. A nosotros nos hizo una tarde esplendida. Volvimos cansados (particularmente por la falta de adaptación del organismo a esas altitudes) al hotel y compartimos una buena cena y divertida sobremesa.
El domingo amaneció luminoso y algo caluroso pero nos permitió comenzar con un estupendo paseo por las laderas próximas al Centro de Interpretación del Dornajo, donde, entre otras cosas pudimos contemplar desde lejos y con las sabias explicaciones de Ernesto las principales cumbres visibles desde aquella zona y degustar las primeras cerezas de una vieja huerta abandonada, pequeñas y no demasiado maduras pero que nos supieron a gloria.
Desde allí nos trasladamos en el autobús a Monachil por una carretera “no apta para cardíacos” pero de increíble belleza. Afortunadamente nuestro conductor nos transmitía una gran seguridad e incluso, emulando quizás a su reencontrado maestro, nos daba claras explicaciones sobre la forma de retener el motor sin pisar los frenos más de lo imprescindible o de ceder en curvas muy cerradas el paso por nuestra derecha a vehículos con los que nos cruzábamos.
El viaje valió la pena desde luego. Los Cahorros del río Monachil son algo que impresiona de verdad. El recorrido está muy bien ordenado, cuidado y señalizado, de forma que solo ofrece problemas a quienes padezcan vértigo por las alturas y no puedan disfrutar cruzando los tres magníficos puentes colgantes, que no tienen peligro alguno. Bocadillo bajo el espeso bosque de ribera y regreso al pueblo para tomar el camino de vuelta. Hasta el año próximo.
